Comunidad monástica

Vida monástica

Tú también, si nos haces gustosamente partícipes del don que has recibido de lo alto a los que convivimos contigo, si entre nosotros te muestras siempre servicial, afectuoso, agradecido, tratable y sencillo, puedes estar seguro que tendrás en nosotros testimonio de que exhalas delicados perfumes. Este hermano es en el seno de su comunidad como aroma en el aliento de la boca. (San Bernardo, Sermón sobre el Cantar de los cantares XII,5)

San Benito

 

San Benito (Nursia, ca. 480 - Montecasino ca. 547), en su Regla para los monjes, un texto relativamente breve, consigue una óptima síntesis de la tradición monástica que, procedente del desierto de Egipto, había llegado a Europa gracias a los escritos de san Juan Casiano (360-435). Influenciado por san Agustín (354-430), Benito se sabe hijo de san Basilio (330-379), otro de los referentes importantes, junto con san Antonio y san Pacomio, de los monjes.


Podríamos resumir con tres palabras la doctrina monástica de san Benito: oración, trabajo y vida fraterna. La oración se basa en la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, rezada y cantada en comunidad, básicamente con los salmos. El trabajo asegura el equilibrio económico y psicológico de la comunidad, posibilitando una dimensión fundamental, que es la puesta en común de los bienes. La vida fraterna es la concreción del amor en el servicio que los monjes deben prestarse unos a otros. Un servicio que, a través de la práctica evangélica de la obediencia, se orienta hacia la búsqueda de Cristo.
 

Vida de San Benito

 

El Cister

 

A finales del siglo XI, en un momento de gran inquietud religiosa, de cambios y de reformas, un grupo de monjes benedictinos de la abadía de Molesme (Borgoña), hacen una nueva lectura del texto de la Regla de san Benito, y con el deseo de vivirla en su radicalidad, fundan un nuevo monasterio, en Cîteaux, Císter (1098). Los encabeza el abad san Roberto de Molesme (1028-1111), que pronto deberá regresar a su monasterio de origen.

Continúan el proyecto el abad san Alberico (1099-1109), y después de él san Esteban Harding (1109-1134), que lo consolida con su Carta de Caridad (1119), un texto, aún más breve que la Regla, que fundamenta en la caridad las relaciones de servicio y ayuda que deben establecerse entre los diferentes monasterios surgidos de Císter y sus filiales. Por eso la Carta de Caridad junto con la Regla de san Benito, constituirán las bases de la identidad de la nueva Orden Cisterciense.

San Bernardo de Claraval

 

En 1112 (o 1113) ingresa como novicio en Císter el joven Bernardo de Fontaines, con un numeroso grupo de compañeros que le siguen en su aventura espiritual. San Bernardo, enviado tres años después por el abad Esteban Harding a fundar Claraval, será el principal responsable del éxito y la expansión del Císter durante el siglo XII. A su muerte (1153) había cientos y cientos de monasterios cistercienses esparcidos por toda Europa. San Bernardo propone a sus monjes un programa de vida fraterna muy serio y exigente, centrado en la búsqueda de Dios y en el servicio a los hermanos, que son auténtico sacramento de Cristo.

En las páginas de sus tratados espirituales y de sus comentarios sobre la Biblia, legará a los monjes un ejemplo muy valioso de la forma de leer y rezar la Sagrada Escritura, y pondrá las bases de una espiritualidad muy afectiva, centrada en la humanidad de Cristo. Otro de sus aciertos fue el estilo sobrio y discreto que imprimió en el arte y en el canto cistercienses, que gracias a las numerosas fundaciones, se esparció y perduró marcado con un sello de gran unidad. Bernardo es muy valorado también por sus homilías en alabanza de la Virgen Madre. La devoción, tierna y discreta, de los monjes cistercienses a la Virgen, encuentra su punto álgido cada noche, después de Completas, con el canto de la Salve Regina.

Alejandro de Laborde, en su «Voyage pittoresque et historique de l’Espagne», captó así un momento de la vida cotidiana de la comunidad durante los primeros años del siglo XIX.

La comunidad hoy

La vida de los monjes no ha variado en lo esencial desde que san Benito estableció sus pautas en su Regla (s. VI), y después los monjes cistercienses hicieron una nueva relectura de ella (ss. XI y XII). Los puntos fundamentales son los mismos: la oración con la lectura orante de la Biblia (lectio divina), la vida fraterna y el trabajo. Sin embargo, como lo hicieron ya en su momento los padres cistercienses, estamos obligados a releer cada día el texto de la Regla para aplicarla a nuestra vida concreta de monjes del siglo XXI. En este sentido, junto a la Regla, están las Constituciones, que procuran adaptarla a cada tiempo y que, cuando es necesario, se modifican, mientras que el texto de la Regla no se toca.

La oración

 

Los momentos de oración en comunidad son los que marcan nuestro día a día y dan sentido y unidad a nuestra jornada. El conjunto de todos estos momentos recibe el nombre de Liturgia de las Horas u Oficio Divino, y consiste fundamentalmente en el canto de salmos que se alternan con lecturas de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres de la Iglesia. Son: Maitines (a las 5:15 h.); Laudes (a las 7:00 o a las 7:30 h. los días festivos); Tercia (a las 8:45 o a las 9:45 h. los días festivos); Sexta (a las 13:00 o a las 13:30 h. los días festivos); Nona (a las 14:45 [15:00 en verano] o a las 15:30 h. los días festivos); Vísperas (a las 18:30 o a las 19:00 h. los días festivos y durante todo el verano) y Completas (a las 20:30 o a las 21:00 h. los días festivos y durante todo el verano). Está además la celebración de la Eucaristía, que es sin duda el momento central que articula toda la oración. Los días laborables la tenemos a las 8:00 h., y los festivos a las 10:00 h.


Los monjes concedemos especial importancia a la oración de Matines, que es un oficio nocturno, que se celebra antes de la salida del sol, y que define nuestra identidad más profunda de buscadores de Dios.


Cabe subrayar también la lectura de la Biblia o lectio divina, que san Benito confía especialmente a los monjes como uno de los signos distintivos de su identidad espiritual. Dedicamos a ella dos horas diarias, una después de Matines y otra antes de Vísperas. Consiste en la lectura pausada y rezada de la Biblia y de los comentarios que han hecho de ella los Padres de la Iglesia u otros autores modernos.

La vida fraterna

 

San Benito entiende la vida monástica como una vida en comunidad. Los monjes cistercienses subrayaron también esta dimensión. Por eso compartimos los momentos más importantes de la jornada: la oración, las comidas y los ratos de recreo. E igualmente ponemos en común todos nuestros bienes y ganancias. Ningún monje recibe un peculio o un sueldo particular para él solo, sino que todas sus necesidades se abastecen de la caja común del monasterio. Uno de los aspectos importantes de esta vida en comunidad es el servicio, ya sea el servicio en la mesa, la acogida de los huéspedes, la atención a los enfermos y a los ancianos, y, en general, la ayuda que nos prestamos los unos a los otros en nuestro camino diario.

El trabajo

 

Está condicionado básicamente por el mantenimiento y limpieza del monumento, que es también nuestra principal fuente de ingresos, puesto que el convenio con el Estado, que es su propietario, nos obliga a ponerlo a disposición de los visitantes. Disponemos igualmente de un huerto, un taller de encuadernación y un taller de cerámica. Hay monjes ocupados en oficios más especializados y absorbentes, como son los cocineros, el bibliotecario-archivero, el enfermero, el responsable de la economía, y otros.

«Ofrezcamos, entonces, alabanzas a nuestro Creador “por los juicios de su justicia” en estos tiempos, esto es, en Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas, y levantémonos por la noche para darle gracias.» (Regla de san Benito 16,5).

El acceso a la comunidad

Para entrar a formar parte de la comunidad es necesario seguir unas etapas. Quien se siente llamado a compartir nuestra vida mantiene un primer contacto con la comunidad a través de la hospedería del monasterio. El maestro de novicios será el monje encargado de orientar su inquietud durante todo el proceso de su integración. Cuando parece oportuno, el candidato ingresa en la comunidad, donde pasará un primer año, que se llama postulantado, destinado a familiarizarse con las costumbres de la casa y su nueva vida. También la comunidad, durante este año, tiene la oportunidad de conocer y valorar la idoneidad del postulante. Una vez ha sido aceptado por la comunidad, que deberá votar en escrutinio secreto, el postulante recibe el hábito cisterciense en una ceremonia íntima en la sala capitular y empieza los dos años de noviciado, dedicados al estudio de la Regla y a su formación espiritual. Pasados ​​estos dos años, es sometido de nuevo al escrutinio de la comunidad, y si es aceptado, se le admite a realizar la profesión temporal, por tres años, y comienza la etapa del juniorado, dedicada a la profundización de su formación. Si supera esta etapa, que puede prolongarse durante un tiempo superior a los tres años, será admitido a realizar la profesión solemne, su compromiso definitivo con la comunidad, de la que, a partir de ahora, formará parte con pleno derecho.

«No se reciba fácilmente al que recién llega para ingresar a la vida monástica, sino que, como dice el Apóstol, “prueben los espíritus para ver si son de Dios”. Por lo tanto, si el que viene persevera llamando, y parece soportar con paciencia, durante cuatro o cinco días, las injurias que se le hacen y la dilación de su ingreso, y persiste en su petición, permítasele entrar, y esté en la hospedería unos pocos días.» (Regla de san Benito 58,1-4)